martes, 6 de abril de 2010

El dinero detrás de la influencia vaticana de Maciel


En su tiempo, el padre Maciel fue el mayor recolector de dinero de la Iglesia Católica y figura magnética que reclutaba jovencitos para la vida religiosa. Pero también era un pederasta y un hombre que procreó hijos con varias mujeres. Su vida es un capítulo oscuro en la crisis de abusos sexuales por miembros del clero
Jason Berry
La saga del fundador en desgracia de Los Legionarios de Cristo, una orden opaca y sectaria hoy bajo investigación vaticana, sirve de telón para una historia más oscura de cómo las mentiras y la traición de un hombre deslumbraron a figuras claves de la Curia Romana, y de cómo el dinero de Maciel le ayudó a conseguir protección e influencias. Por años, los líderes de congregaciones vaticanas y el Papa mismo ignoraron múltiples advertencias de que algo estaba podrido en esa comunidad donde los legionarios le llamaban a su líder Nuestro Padre y lo consideraban un santo viviente. Hasta que se conoció su vida secreta.
Porque el carismático mexicano que en 1941 fundara Los Legionarios de Cristo envió ríos de dinero a los oficiales de la Curia Romana con fines muy calculados, según fuentes entrevistadas. Maciel compraba apoyos para su grupo y defensa para sí mismo, no fuera a ser que su vida secreta se descubriera: fue un morfinómano que abusó sexualmente de cuando menos 20 de sus seminaristas entre los años cuarenta y sesenta. El obispo Joseph McGann, de Rockville Centre en Long Island, Nueva York, envió una carta al Vaticano proveniente de un ex legionario con acusaciones muy detalladas en 1976, 1978 y 1989 por los canales oficiales. Nada pasó. Maciel comenzó a tener hijos en los años ochenta —tres de ellos con dos mujeres mexicanas, además de los reportes de una tercera familia de tres hijos en Suiza, según el periódico El Mundo de Madrid. Esto al tiempo que recogía una fortuna de donadores acaudalados y se congraciaba con oficiales de la Iglesia en Roma.
Cuando Maciel murió, el 30 de enero de 2008, los líderes de la Legión anunciaron que el fundador de 87 años estaba en el cielo. Sólo Dios sabe cuál fue el destino de Maciel. Pero el comunicado de la Legión queda como el último acto de decepción de una figura que crea caos aun desde la tumba: en febrero de 2009 los legionarios anunciaron la “sorpresa” de que Maciel tenía una hija. La semana pasada lanzaron otro comunicado ambiguo para pedir perdón a las víctimas de Maciel —cuatro años después de que Benedicto le prohibiera oficiar y lo enviara a “una vida de oración y penitencia” por abusar de seminaristas.
En una ironía brutal para Benedicto —quien lo persiguió a pesar de la presión del principal adalid de Maciel, el cardenal y Secretario de Estado Angelo Sodano— Maciel dejó un imperio eclesiástico estimado por el periódico italiano L’espresso en 25 mil millones de euros y con un presupuesto anual de 650 millones, según el Wall Street Journal. Hace siglos que un escándalo de la Iglesia no tenía esta complejidad. Esta enorme operación financiera está en las manos de un grupo que muchos consideran una secta, un grupo de cuyos líderes se sospecha encubrieron la vida corrupta de su fundador. Mientras el Vaticano lidia con la Legión —y el espinoso problema legal de si la Santa Sede puede intervenir en sus operaciones financieras de largo alcance— tres de los hijos de Maciel exigen una compensación económica, reclamando que la Legión los segregara cuando murió el fundador.
Además de preguntarse si debe desmantelar o “reformar” a la Legión, el Papa está bajo la presión de los casos de abuso sexual en Irlanda y de viejos casos desde Alemania y Wisconsin, casos donde el New York Times ha reportado que omitió disciplinar a pedófilos. El caso Maciel destaca por otra razón: levanta dudas éticas profundas sobre cómo circula el dinero en el Vaticano y sobre si las cantidades que Maciel se supone regaló a varios cardenales son una violación a la ley.
Lo que emerge de decenas de entrevistas en Roma, México y varias ciudades estadunidenses es la saga de un hombre que cortejó a oficiales vaticanos, incluso a aquellos encargados de oficinas que debían investigarlo, entregándoles miles de dólares en efectivo y regales caros. Maciel construyó sus bases cultivando a donadores acaudalados, de manera especial a viudas. Incluso cargando a cuestas acusaciones de pedofilia, Maciel atrajo muchos seminaristas en una era de vocaciones menguantes. En 1994 Juan Pablo II lo declaró “guía eficaz de la juventud”, y continuó alabándolo aún después de que una investigación de Gerald Renner, publicada en el The Hartford Courant en 1997, expuso su toxicomanía y sus abusos a seminaristas. En 1998, ocho de esos ex legionarios montaron un caso canónico para enjuiciar a Maciel en los tribunales del cardenal Joseph Ratzinger. Maciel tuvo el apoyo inamovible de tres figuras centrales: el cardenal secretario de Estado Angelo Sodano, el cardenal Eduardo Martínez Somalo, Prefecto de las Congregaciones Religiosas, y monseñor Stanislaw Dziwisz, secretario particular polaco de Juan Pablo II. En 2004, Juan Pablo, ignorando los cargos canónicos contra Maciel, lo honró en una ceremonia vaticana donde le confió a la Legión la administración del centro de Nuestra Señora en Jerusalén. La siguiente semana Ratzinger decidió autorizar la investigación contra Maciel.
Ese apoyo papal le daba a Maciel la credibilidad para moverse con soltura entre los súper ricos. El mismo 2004, en un acto para recaudar fondos, un camarógrafo lo detectó pasándole los dedos por la solapa al smoking de Carlos Slim, uno de sus principales patrocinadores. Además de los donativos, las escuelas legionarias con altas colegiaturas y bajos salarios subsidiaban las operaciones romanas, dicen fuentes cercanas a las finanzas de la Orden.
Arriba, de izquierda a derecha: Thomas Monaghan, fundador de Domino’s Pizza, Steve McEveety, productor de cine y el ex gobernador de Florida Jeb Bush. Abajo: Mary Ann Glendon, ex embajadora estadunidense en el Vaticano. Derecha, Marcial Maciel con Carlos Slim. Fotos: Archivo, Sonia Kajt/ EFE, Giancarlo Guliani/ EFE y especial
En Estados Unidos, sus patrocinadores son, entre otros, Erik Major, fundador de Blackwater; Steve McEveety, productor de la película de Mel Gibson, La pasión del Cristo (recomendada por la Legión); Thomas Monaghan, fundador de Dominos Pizza y la Universidad Ave María en Florida. Otros que los apoyaron en la red, con artículos, discursos o eventos para recolectar fondos son el ex gobernador de Florida Jeb Bush, hermano del ex presidente; Plácido Domingo; la profesora de leyes de Harvard y ex embajadora estadunidense en el Vaticano Mary Ann Glendon, quien estuvo en la planeación de la compra de la Universidad de Sacramento, la primera de la orden en los Estados Unidos. Dos sacerdotes legionarios son estrellas de los medios: Jonathan Morris, en la cadena Fox, y el profesor de teología de su universidad en Roma, Tom Williams, para NBC en la cobertura de Katie Couric del cónclave de 2005 y luego con la misma periodista en CBS.
Además del padre Fichter, quien hoy tiene una parroquia en Nueva Jersey, dos ex legionarios hablaron con detalle de las prácticas financieras de Maciel en entrevistas en Roma en julio pasado. Estos sacerdotes, y dos más todavía legionarios, pidieron el anonimato por miedo a represalias. Hubo esfuerzos repetidos por obtener las réplicas de los cuatro cardenales, quienes supuestamente recibieron pagos sustanciales por parte de Maciel, pero ni los tres cardenales en Roma ni el cardenal Stanislaw Dizwisz, en Cracovia, respondieron: este último alegó que “no tenía tiempo para una entrevista”, mientras de los jerarcas vaticanos sólo el cardenal Franc Rodé, Prefecto para la Congregación de las Órdenes Religiosas, contestó a través de su equipo que no podía comentar mientras la investigación sobre la Legión estuviera en curso.
Sodano, el anterior Secretario de Estado y hoy decano del cuerpo de cardenales, y el cardenal Eduardo Martínez Somalo, el Camarlengo papal, no respondieron a los mensajes. De haber respondido quizá hubieran aclarado una de las dudas en este barroco drama financiero: ¿Cómo deciden los jerarcas de la Iglesia qué reportar y a quién cuando reciben grandes cantidades de dinero? El Vaticano no tiene leyes que hagan de esos regalos actos ilícitos, pero quienes conocían sus estrategias dijeron que el objetivo de Maciel fue comprometer el arcaico y opaco sistema vaticano con ellos.
La mayor parte de su vida, funcionó

HACIENDO AMIGOS EN LOS LUGARES CORRECTOS
La oficina vaticana con el mayor poder para detener la carrera de Maciel antes del 2001 —año en que Ratzinger convenció a Juan Pablo de consolidar la autoridad de las investigaciones sobre abusos en su propia oficina— era la Congregación para los Asuntos Religiosos, que vigilaba a órdenes como los dominicos, franciscanos y legionarios, entre otras.

Según dos ex legionarios con años de carrera en Roma, Maciel pagó la renovación de la residencia romana del cardenal argentino jefe de esa oficina entre 1976 y 1983, el fallecido Eduardo Francisco Pironio. “Es un regalo mayor”, explica uno de los sacerdotes, quien añadió que los trabajos fueron caros y ampliamente conocidos en las altas esferas de la Orden. “Pironio torció su brazo para firmar la constitución de la Legión”.
Constitución que incluyó los altamente controvertidos votos privados, mediante los cuales todo legionario juraba nunca hablar mal de Maciel o de cualquiera de los superiores, y reportar a cualquiera que lo hiciera. Estos votos básicamente hacían del espionaje una expresión de fe, cimentando la obediencia ciega al fundador; una manera más como Maciel evitaba el escrutinio. Los cardenales consultores del consejo de la Congregación para los Asuntos Religiosos renegaban su aprobación. “Entonces, Maciel llegó hasta el Papa a través de monseñor Dziwisz”, dijo uno de los informantes, “dos semanas después Pironio había firmado”.
Stanislaw Dziwisz era el confidente central de Juan Pablo II, un polaco con habitación en los sectores privados del Palacio Apostólico. Maciel gastó años en cultivar a Dziwisz para llegar a la confianza del Juan Pablo y, bajo sus órdenes, la Legión envió ríos de dinero a Dziwisz en su función de portero de las misas privadas del Papa en el Palacio. Acudir a una misa privada era un raro privilegio reservado al ocasional jefe de Estado, como el Primer Ministro Británico Tony Blair y su familia. Uno de los ex legionarios en Roma dijo que una familia mexicana en 1997 dio a Dziwisz 50 mil dólares luego de asistir a una de esas misas. “Arreglábamos cosas como ésa”, mencionaba. ¿Sabía Juan Pablo II del intercambio de fondos? Eso sólo lo sabe Dziwisz. Dada la vida ascética del entonces Papa y su conocida generosidad los fondos podían haber parado en un obispado del tercer mundo. La biografía de Dziwisz omite el tema y la mención de Maciel o de la Legión, a pesar de que el sacerdote que arreglaba esos encuentros se preocupaba por el frecuente intercambio de dinero entre los legionarios y Dziwisz.
“Esto pasaba todo el tiempo con Dziwisz”, dice un segundo ex legionario que atestiguó esas transacciones y señala que el padre Álvaro Corcuera, sucesor de Maciel desde el 2004, y un par de otros legionarios “subían al tercer piso con Dziwisz donde eran muy bienvenidos. Se les conocía en esa casa”. Luchando por darle contexto a esos donativos, el clérigo continuó: “es para decir que esos laicos son gente buena y piadosa, que sería bueno para ellos conocer al Papa. La expresión aquí es opera carita —hacer un donativo para tus obras de caridad—. Así se hace, sin que nadie sepa a dónde va el dinero. Es una manera elegante de entregar un soborno”. Y recuerda lo que le hizo dejar la Legión: “Me desperté un día y me pregunté, ¿estoy entregándole mi vida a Dios, o a un hombre con problemas? No valía la pena consagrarme a Maciel”.
El obispo de Cracovia Stanislaw Dziwisz. Foto: Milenio

¿QUÉ ES UN SOBORNO?
En términos legalmente realistas, “una manera elegante de entregar un soborno”, ¿es sobornar? No para Nicholas Cafardi, un prominente abogado canónico y rector de la carrera de leyes de la universidad de Duquesne, en Pittsburgh. Cafardi, quien ha hecho consultorías legales para muchos obispos, respondió que bajo el canon 1320 del código, un regalo generoso a un oficial en Roma “califica como hacer una causa piadosa”, y explica que esos fondos no necesitan ser reportados al cardinal vicario de Roma. Un coche no necesita ser reportado, por ejemplo. “Así interpreto la ley. No conozco excepciones en cuanto a que los cardenales tengan que reportar (efectivo) regalos para sus causas pías”.

“Maciel quería comprar poder”, dijo el sacerdote que facilitó la opera carita a Dziwisz y le entregó el sobre a Martínez Somalo. No usó la palabra soborno, pero al explicarse comentó que “llegué a un punto de quiebre respecto a esta cultura de la mentira. Los superiores saben que mienten y saben que tú lo sabes”, apuntó. “Mienten sobre el dinero, de dónde viene, a dónde va y cómo se les regala”. En 1994, Maciel envió a un oficial de la Legión a entregar un millón de dólares a Dziwisz, quien había viajado con Juan Pablo a Polonia. Manejar el dinero era el papel de Dziwisz en la resistencia contra el comunismo en 1980, tal como lo narra Jonathan Kwitney en Man of the Century, una biografía de Juan Pablo II.
“Dziwisz persuadió a las autoridades polacas de prescindir del pago aduanero de bienes importados que llegaban en camiones de 20 toneladas también arreglados por Dziwisz... Muchas camionetas llevaban hasta dos mil dólares en efectivo, en billetes de cinco, 10 y 20 dólares. El dinero se iba a la caja fuerte de la Curia, desde donde el cardenal Macharski retiraba lo que necesitaba. Los fondos venían de colectas, de parroquias italianas desde Comunión y Liberación, y del resto del mundo de diversas órdenes religiosas”.
Como en el donativo de la familia mexicana, lo que resalta del papel de los legionarios no es el hecho, sino el tamaño de los donativos, y lo que, ahora que sabemos de las múltiples vidas de Maciel, él esperaba a cambio. Lo que hizo Dziwisz con el dinero quedó entre él y el Papa. Pero dada la resistencia que opuso Juan Pablo II a investigar a Maciel luego de la demanda canónica de 1998, el líder legionario se debió sentir recompensado.
Cuando el cardenal Eduardo Martínez Somalo sucedió a Pironio en 1994, Maciel despachó al mismo sacerdote que había asistido a la donación de la familia mexicana a Dziwisz, a la casa del hombre que ahora supervisaría a las órdenes religiosas del mundo. El joven sacerdote llevaba un sobre repleto de dinero. “No pestañeé”, recuerda. “Subí a su departamento, le entregué el sobre, me despedí… era una manera de hacer amigos, de asegurarse de ayuda cuando la necesitaríamos, de aceitar los goznes”.
Glenn Favreau, legionario en Roma de 1990 a 97, hoy abogado en Washington DC, recuerda: “De Martínez Somalo se hablaba mucho en la Legión, siempre en el contexto de que era ‘nuestro superior’ porque era nuestro amigo. Un amigo de la Legión”. Favreau, quien nada sabía del donativo a Martínez Somalo, continúa: “Había cardenales que no eran amigos. Tampoco enemigos, pero todos sabíamos quiénes eran. A Pío Laghi no le gustaba la Legión”. Laghi era el anterior nuncio papal para Estados Unidos.
Foto: Vicenzo Pinto/ AFP
La oficina de Martínez Somalo cambió de nombre: la Congregación para losInstitutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Pero lo demás siguió igual: de 1994 a 2004, el cardenal español supervisó cualquier queja de órdenes religiosas y de sus jerarcas. En sus archivos, de acuerdo a varios ex legionarios, descansaban cartas datadas desde muchos años antes acusando a Maciel de abusar seminaristas. Cuando el Hartford Courant publicó las acusaciones en 1997 destapando la cloaca, Martínez Somalo no hizo nada. Igual que el resto de la Curia.
Juan Pablo nombró luego a Martínez Somalo Camarlengo, el oficial a cargo del siguiente cónclave. En 2005, fue Martínez Somalo quien, vestido de rojo, salió al balcón a decir “Habemus papam” mientras Ratzinger emergía por primera vez como Benedicto XVI.
Hoy el cardenal a cargo de las órdenes religiosas es Franc Rodé, quien por años y abiertamente simpatizó con Maciel, la Legión y el Regnum Christi. En 2007, Rodé tomó unas vacaciones en Cancún con cargo a la Legión, según uno de los legionarios en Roma. Pero un cardenal rechazó los regalos de Maciel, y ese fue Joseph Ratzinger. En 1997 visitó a los legionarios para darles una disertación en teología. Cuando, al final, se le entregó un sobre para sus obras pías, Ratzinger lo rechazó. “Era muy educado pero muy duro”, dijo un testigo.

EL MODUS OPERANDI
Antes de Navidad, los seminaristas de la orden gastaban horas llenando canastas con botellas caras de vino, brandy y jamones ibéricos de mil dólares la pieza. El padre Stephen Fichter, hoy pastor diocesano de la parroquia del Sagrado Corazón de Haworth, Nueva Jersey, coordinó las oficinas administrativas de la Legión en Roma de febrero de 1998 a octubre de 2000: “Cuando el padre Maciel salía de Roma yo debía proporcionarle 10 mil dólares en efectivo, cinco mil en dólares (estadunidenses) y otros cinco mil en la divisa del país al cual viajaba”, explica. “Nunca dudé del uso bueno y noble de los fondos. Era mi rutina de trabajo. Él estaba fuera de cualquier sospecha y yo me sentía honrado de llenar ese papel. Nunca entregaba recibos y yo jamás me hubiera atrevido a pedírselos”.

“Como legionarios nuestras normas sobre el uso del dinero son muy restrictivas. Si salía y me daban 20 dólares y compraba una pizza le regresaba 15 a mi superior junto al recibo. Lo más triste es lo ingenuos que éramos. Tratábamos de vivir nuestro voto de pobreza por entero y jamás cuestionamos su fidelidad al mismo. Muchos de mis viejos compañeros siguen en la Legión y siento que la pasan muy mal ahora. No quiero que me saquen de contexto. Maciel engañó a tantos. En retrospectiva me lamento de que yo y tantos otros hayamos sido tan crédulos. Afortunadamente, para mí, fue hace muchos años”.
Al obtener su doctorado en sociología de la universidad de Rutgers, Fichter ha trabajado como investigador asociado para el Centro de Investigación Aplicada del Apostolado (CARA) de la universidad de Georgetown. “Estoy muy contento como pastor y con las investigaciones que hago para el bien de la Iglesia. En esta etapa de mi vida, habiendo colaborado con la investigación vaticana de la legión, rezo todos los días por quienes aún son legionarios. Los ayudaré de cualquier modo posible”.
Foto: Jerry Lampen/ Reuters

LA JUSTICIA, RETRASADA
Cuando antiguas víctimas levantaron un caso canónico contra Maciel en 1998 ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, Sodano, como secretario de Estado —esencialmente, como el Premier vaticano— presionó a Ratzinger para parar el procedimiento. Como reportó el National Catholic Register en 2001, José Barba, hoy profesor universitario y ex legionario en la Ciudad de México, quien inició el caso ante la oficina de Ratzinger, supo del rol de Sodano de la boca de la canonista encargada desde Roma, Martha Wegan. “Sodano vino (a la Legión) con su familia entera, eran 200, para una comilona cuando fue nombrado cardenal”, recuerda Glenn Favreau. “Y los alimentamos a todos. Cuando se hizo Secretario de Estado hubo otra celebración. Venía a nuestros eventos especiales, como la primera paletada con una pala dorada cuando comenzó la construcción de la casa de Estudios Superiores. Y a la cena después”.

“El cardenal Sodano era el porrista de la Legión”, dice uno de los ex legionarios. “Venía a darnos una plática en Navidad y salía con 10 mil dólares”. Otro sacerdote recuerda un donativo también de 50 mil dólares para Sodano.
En diciembre de 2004, con la salud de Juan Pablo II deteriorándose rápidamente, Ratzinger rompe con la presión de Sodano y le ordena a un canonista, monseñor Charles Scicluna, investigar. Dos años después, ya como Benedicto, aprueba la orden dada a Maciel de abandonar el sacerdocio por el ostracismo en Cotija. La Congregación citó la edad de Maciel como atenuante de un juicio completo.
Un influyente oficial del Vaticano comentó los intentos de Sodano por suavizar el lenguaje del comunicado papal, para alabar a la Legión y a su ala laica de 60 mil miembros, Regnum Christi, sin citar directamente los abusos, a pesar de la campaña que por nueve años sostuvieron (los legionarios) denunciando a las víctimas que los acusaban. El comunicado de respuesta de la Legión comparaba a Maciel con Cristo por rehusar defenderse y aceptar esa “nueva cruz” con “una conciencia tranquila”. Maciel se refugió en Cotija pero internamente la Legión insistía en su inocencia.
Pero en 2009, un año después de su muerte, la Legión mostró su sorpresa al descubrir a una hija de Maciel. La noticia sacudió a la orden y al Regnum Christi, pero en una institución construida sobre el culto a la personalidad, las longevas alabanzas de Juan Pablo II sugerían una herencia de virtud a costa de todo; los oficiales legionarios se apresuraron a suprimir cualquier escepticismo.
Dos sacerdotes legionarios confirmaron que hasta el verano anterior aún se enseñaba la vida virtuosa de Maciel. “Están sufriendo lavados de cerebro, como si nada hubiera pasado”, se quejó uno legionario sentado en una banca a orillas del río Tíber. Gracias a la intervención de Sodano en el lenguaje del documento original, la orden se apegó a la endeble defensa de que el Vaticano nunca mencionó los abusos.
Qué tanto sabían los oficiales de la legión sobre las otras vidas de Maciel —la hija con la madre en Madrid y los tres hijos en México— es un tema significativo en la investigación vaticana. Igual que el dinero que pudo haber gastado en sus familias y cuánto desvió amparado en la máscara de caridad religiosa.
Tras esas preguntas quedan otras sobre el empleo del dinero en el Vaticano. ¿Son simples donativos esos sobres con miles de dólares entregados a cardenales luego de que dan pláticas, dan misa o asisten a cenas? La Legión pide dinero para obras de caridad. ¿Cómo contabiliza eso? ¿Alguien en el Vaticano tiene acceso a escrutar esos libros?
Cuando Dziwisz se hizo obispo en 1998, la orden pagó los costos de su recepción en su centro romano. “Dziwisz ayudó a la Legión de muchas maneras”, dijo uno de los sacerdotes que facilitó los pagos. “Convenció al Papa de celebrar los 50 años de la Legión”. En un libro sobre Maciel publicado en España, el periodista Alfonso Torres Robles le llamó a ese acontecimiento del tres de enero de 1991 “una de las mayores demostraciones de fuerza de la Legión... en la Basílica de San Pedro en Roma, cuando Juan Pablo II ordenó a 60 legionarios al sacerdocio, en presencia de siete mil miembros del Regnum Christi de diferentes países, 15 cardinales, 52 obispos y muchos benefactores millonarios”.
Maciel filmó la celebración y usó una secuencia en un video que la orden vendió hasta 2006. La presencia de Juan Pablo II era una imagen estratégica para su propaganda y el video mostraba a donantes potenciales cuando los seminaristas acompañaban a sacerdotes a sus casas.
La orden ya no circula esos videos. La Legión tiene presencia en 23 países, con docenas de escuelas de élite, casas de formación y algunas universidades. La estrategia de Maciel de comprar influencias se extendió por más de cinco décadas.

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